segunda-feira, 5 de julho de 2010

HIPATIA DE Miguel Ángel García Olmo

Introdução

Miguel Ángel García Olmo defedia Cirilo. Para isso, afirmava, como outros, que havia uma violência intrínseca em Alexandria. Do ponto de vista da criminologia, era preciso, no entanto, qualificar melhor tal contexto violento. Acusação genérica só traz irresponsabilidade penal. Olmo explora pouco os monges de Nítria; as vezes, atenua a influência dos monges. Olmo esquece as minúcias da morte de Hipatia, que, de longe e de perto, sugerem um sacrifício pagão, feito por cristãos: qual a motivação? Cirilo era o mentor intelectual, com certeza. Embora, tudo esteja perdido, e tudo não passe de uma imagem, pobre, do que realmente aconteceu.

08/06/2009 - Cultura

Las mil muertes de Hipatia: cómo la historia ha tratado a la filósofa de Alejandría

La película de Alejandro Amenábar recupera una visión peculiar de esta sabia neoplatónica

Miguel Ángel García Olmo

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Doctor por la Universidad Católica de Murcia (sobresaliente cum laude, 2009).
• Suficiencia investigadora (Universidad de Murcia / UCAM).
• Licenciado en Derecho (UNED).
• Licenciado en Filología Clásica (Universidad de Murcia). http://www.ucam.edu/servicios/dchr/humanidades/Profesorado .

Miguel Ángel García Olmo, doctor en Antropología y licenciado en Filología Clásica y Derecho.

Uno de los más perdurables reflejos condicionados que el progresismo ha desarrollado tras buscar la confrontación con el potente estímulo cristiano, ha sido el de la canonización laica e incluso la confección de un martirologio propio, evidentemente de carácter profano.

No caracterizan, qué duda cabe, a estos procesos de glorificación secular el apego a la realidad histórica ni el compromiso con la verdad que, sin embargo, obligan a la Iglesia —ligada insolublemente por los mandatos evangélicos— a rodear de infinitas cautelas, pesquisas, trámites jurídicos y protocolos canónicos de años o siglos cada una de sus santificaciones.

Perfectamente consciente de ello y en plena coherencia con su entraña relativista, el laicismo en sus variadas presentaciones (librepensador, marxista, anarquista, cientifista, francmasón, socialista, feminista, bon vivant…) sólo ha buscado en la exaltación de figuras de las que luego se adueña propagar su ideología.

Propaganda y demagogia no son objetivos que se compaginen fácilmente con la expresión veraz de los mil y un matices que hermosean y dotan de profundidad al lienzo de una vida, máxime si ésta es singular; mas esto queda fuera de la consideración de aquéllos cuya Weltanschauung cabe toda en el titular de un suplemento dominical o en un muestrario de lemas de megáfono y ripio.

Cuando el progresismo fabrica un mártir, el bel morir petrarquiano pasa a anegar toda la vida de la víctima y hasta su misma muerte, rebanando y volviendo casi inaccesible al conocimiento general la histórica realidad de su existencia, que suele ser harto más interesante que el arquetipo preparado para el incienso.

Absorbidos por la vulgata mediática y las peroratas de la enseñanza oficial, muy pocos y con gran esfuerzo llegan a preguntarse, verbigracia, por la trastienda de la muerte del inofensivo García Lorca que tan absurdo oprobio arrojó sobre la causa franquista.

Con mayor esfuerzo aún ni entenderían por qué Miguel Hernández subió un peldaño más hacia su triste fin el día en que soltó en el palacio de Zabálburu, sede durante la guerra de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, aquello suyo de “aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”.

Ni tal vez esos mismos alcancen a comprender, si no visitan sin prisas Florencia, que el hoy mártir supremo de la ciencia frente al oscurantismo católico lleva siglos descansando en su mausoleo al abrigo de una artística iglesia.

Un gran desconocimiento se proyecta a sabiendas sobre las figuras en cuestión, llegando en casos como el del Che a ensalzar a completos villanos.

De esto último no cabe afligirse:

allá cada cual con lo que luce en su camiseta y en qué gris cadena decide insertarse; pero cuando la que se anula o deforma es una personalidad rica tronchada en la plenitud de su vida la idealización interesada se asemeja a una nueva muerte.

Hipatia según los autores antiguos

Dicen los antiguos que entre los siglos IV y V de nuestra era vivió en la más culta y agitada metrópoli del Imperio oriental la hija del científico Teón.

Éste fue un académico de cuando el emperador Teodosio I, integrado en el Museo de Alejandría y que ha merecido un hueco en la historia de la ciencia por sus comentarios a Euclides y a Tolomeo.

Estaba imbuido de la religiosidad pagana, pues como los demás matemáticos alejandrinos cultivó también los saberes ocultos, el hermetismo y la adivinación.

El viejo lexicón bizantino Suda, bajo la voz “Théōn”, enumera obras suyas de sugestivo título:

Sobre las señales del cielo, la observación de las aves y el graznido de los cuervos,Sobre la salida del Can (constelación)…


Su hija Hipatia, en cambio, habiendo atendido con aprovechamiento a las enseñanzas de su progenitor hasta el punto de producir una obra personal de gran calidad científica, manifestaba desapego por los aspectos teúrgicos y cultuales de la gentilidad helénica, inclinándose en su lugar por la vivencia y la transmisión del platonismo.

Y así se distinguió durante decenios entre sus conciudadanos de la gran urbe del Delta; cubierta con el tribon, austero hábito filosofal, recibía la veneración de sus discípulos y el respeto del resto de los griegos lo mismo paganos que bautizados, y su consejo era requerido incluso por las autoridades para la mejor gestión de los asuntos públicos.

Mas un infausto día de la Cuaresma de 415 en que Hipatia volvía a casa en su carruaje,fue sorprendida por una horda de cristianos iracundos quienes, tras arrastrarla al Caesareum de Alejandría y despojarla allí de su vestidura, la mataron con cascotes de teja (los inconformistas prefieren “afiladas conchas de moluscos”) y luego quemaron los restos de su cuerpo tras haberlo hecho pedazos.

Debía de rondar entonces los sesenta años.

Hipatia según el mundo moderno

Los modernos, por su parte, exaltan a una Hipatia de la que afirman que también vivió y murió asesinada en la capital de los Ptolomeos y por las mismas fechas, pero bien podría ser otra enteramente ajena a aquélla de la que testimoniaron los antiguos.

O tal vez su fantasma.

La Hipatia actual que decimos aparece como la bellísima directora de la Biblioteca alejandrina que encarna en su desafiante existencia los ideales de la autonomía científica, el progreso racional, la pervivencia de los saberes clásicos y la liberación de las mujeres (o cualesquiera de ellos por separado); militancia que pagó entregando su vida a las caníbales tinieblas cristianas, lo que hoy la convierte en mártir de la ciencia, el helenismo, la perspectiva de género o la combinación que se desee.

Esta nueva y popular Hipatia (mejor pondríamos Hypatia por servir a los designios del influjo anglosajón, hodierno faro cultural de Alejandría) parece en parte un subproducto de la copiosa novelería que la figura inspira, porque la narrativa en cualquier soporte constituye hoy día la fuente por excelencia de conocimiento y deleite.

Nos preguntamos si Sinesio, Olimpio, Herculiano y los demás alumnos de Hipatia, reconocerían a su reverenciada maestra en esta rutilante súper-mujer, o pensarían dolidos que los modernos hemos sofocado neciamente su recuerdo.

Sea lo que fuere, lo cierto es que la muerte moral de Hipatia —y su consiguiente resurrección como predecible alegoría ideológica— no ha sido una, sino muchas muertes, que se vienen sucediendo desde el siglo XVIII.

De entre los que las han perpetrado destaca el gran Gibbon en su Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano (1776-1789).

La tesis que sostiene y vertebra esta monumental obra, que ve en el cristianismo al verdugo de la civilización clásica, conduce también a presentar a una Hipatia comprometida con los valores de la religión antigua y enseñando en Alejandría y hasta en Atenas (algo sobre lo que carecemos de testimonios).

Tomando pie de varias fuentes, pero sobre todo del relato de Damascio recogido en la citada Suda (Damascio fue un filósofo neoplatónico del siglo VI), Edward Gibbon imputa sobre la conciencia del santo patriarca cristiano —supuestamente devorado por la envidia y los celos— la responsabilidad última del asesinato de Hipatia, que «ha dejado una marca indeleble en la personalidad e integridad religiosa de Cirilo de Alejandría».

Este inseguro camino no lo traza solo el historiador inglés, sino que otros autores de su tiempo ya lo dejaron allanado en sus respectivas obras.

Voltaire, sin ir más lejos: en su Diccionario Filosófico (1764) aparece un odioso San Cirilo azuzando a los fanáticos cristianos contra la filósofa, y el propio ilustrado de Fernay pidiendo a Dios cínicamente por la salvación de la pobre ánima de aquél.

Voltaire contribuye también a crear el halo de voluptuosidad que envuelve la figura de Hipatia y su trágico destino.

Las fuentes sostienen de modo inequívoco (salvo alguna contradicción menor) que la hija de Teón se mantuvo virgen hasta su muerte, rubricando con la castidad perpetua su entrega al idealismo neoplatónico.

Y debió de ser bella en su juventud, nadie lo duda, pero los relatos antiguos son sobrios a este respecto y, desde luego, excluyen cualquier connotación lúbrica del hecho de haber sido desvestida antes de caer bajo los óstraka, porque de los más fiables se desprende que Hipatia murió siendo una mujer mayor.

Voltaire, sin embargo, deja asomar tras una rijosa frase su alma machista y trivial: «Cuando se desnuda a mujeres hermosas no es para perpetrar matanzas», escribe.

Decenios antes, en 1720, un John Toland había publicado su ensayo contra la memoria de San Cirilo y la Iglesia alejandrina donde se ensalza no sólo la sabiduría y la virtud de Hipatia, sino también su belleza excepcional; obra que, a su vez, motivó la réplica indignada de un Thomas Lewis en cuyo título se presenta a nuestra baqueteada heroína como «a Most Impudent School-Mistress of Alexandria»…

El siglo XIX no le irá a la zaga al de las Luces en su contribución a las metamorfosis de Hipatia y su catasterismo final (Hipatia, en efecto, es desde 1884 el asteroide nº 238); nuevamente desde Inglaterra el escritor anticatólico Charles Kingsley da a la imprenta su novela sobre la pensadora, y en los ambientes franceses circulan obras de Maurice Barrès o resuenan los versos de Leconte de Lisle deplorando el sacrificio de la platónica Afrodita a manos del «vil Galileo».

Ya en el XX, Bertrand Russell encabeza la turbamulta de autores que hasta hoy mismo protagonizarán la dudosa tarea de presentar a los distintos públicos una Hipatia extraña a sí misma.

Para los aficionados a la ciencia divulgativa, por ejemplo, ella es ya una vieja conocida merced al impacto que en los ochenta tuvo la serie televisiva Cosmos, del astrónomo estadounidense Carl Sagan.

La semblanza que entonces hizo Sagan de Hipatia era sólo un trasunto —otro más— dela ideología cientifista y antirreligiosa de este popular profesor:

sobredimensionada como lumbrera científica, su doloroso fin quedó asociado caprichosamente a la pérdida de su obra y a la de la propia Biblioteca de Alejandría.

Todo por culpa del cerril patriarca que llegó a santo (seguramente por eso) y de un cristianismo incompatible con el conocimiento que descuajó el radiante árbol del saber clásico sumiendo al mundo en un sueño oscurantista del que tardaría mil años en despertar.

Para volver a aturdirse —le faltó decir— tras la condena de Galileo…

No murió por “fanatismo cienciófobo”

Tantas y tan creativas “muertes” de Hipatia aguijando desde hace tres siglos la imaginación y los sentimientos de los amantes de la narrativa, no han podido menos de espolear también el innato sentido de la justicia.

Como el de una autora reciente que encabeza su cuento breve con un título inquietantemente reivindicativo: Hipatia: ni perdón ni olvido.

Cosa distinta es que hayan estimulado también la razón —ausencia que cabría extrañar en un entorno que la diviniza y que se tiene por escrupulosamente crítico— y que a los porqués románticos, justicieros o retóricos haya seguido un verdadero deseo de conocer el contexto histórico, los hechos y sus íntimas conexiones causales para poder después juzgar en el más pleno y racional sentido de la palabra.

La muerte de Hipatia, la única y trágica que tuvo, no sobrevino por accidente, pero tampoco el recurso primario al “fanatismo cienciófobo” de los cristianos satisfaría ni de lejos ese deseo inteligible del que hablamos.

El entorno y las circunstancias que moldean todo desenlace humano debemos buscarlo, en este caso, en los sucesos que removieron Alejandría al menos desde dos o tres años antes del asesinato de la filósofa.

Y tratar de conocerlos no nos aboca a ningún arduo esfuerzo arqueológico ni paleográfico, sino que contamos con circunspectos testimonios llegados del pasado y excelentes trabajos filológicos que los han ordenado y explicado tras décadas de humanismo, bibliotecas y estudio silencioso y constante.

Cirilo sucedió en el patriarcado de Alejandría a su tío materno, el animoso Teófilo, tres días después del fallecimiento de éste: el 18 de octubre de 412.

La votación del pueblo fiel le prefirió (jeirotoneîn, a mano alzada, precisa el bizantino Nicéforo Calixto) frente a la candidatura del arcediano Timoteo, que estaba apoyado incluso por el jefe de la guarnición militar de Egipto.

El celo madrugador y la enérgica resolución de Cirilo en la defensa de las prerrogativas episcopales le revelaron como un nuevo Teófilo, para lo bueno y lo malo según algunos.

Lo primero que hizo fue contener la herejía en su archidiócesis desfondando el cisma novaciano (clausuras, requisas…).

Y enseguida llegó el choque con la antigua y floreciente comunidad hebrea de Alejandría; pero en esto la estimación posterior y su comprensible hipersensibilidad hacia los brotes de antisemitismo no ha sabido ser justa con Cirilo.

Los publicistas judíos actuales demuestran una imprudente animadversión hacia esta figura cuando, como hace Werner Keller, cuentan sólo la parte que les conviene:

«Multitud de cristianos incitados por el arzobispo irrumpieron en el año 414 en las sinagogas y se apropiaron de ellas.

Los judíos fueron expulsados de la ciudad que se había convertido en su patria.

La chusma se apoderó de sus casas y de sus bienes.

Sólo un miembro de la gran comunidad, Adamantius, un maestro de la ciencia de la medicina, se libró de la desgracia:

se dejó bautizar.

(…) Y el que Orestes [prefecto imperial de Alejandría] se atreviese a ponerse a favor de los judíos, por poco le cuesta la vida, pues los monjes del monte Nitra, cerca de Alejandría, asaltaron al prefecto, que fue gravemente herido por una pedrada» (Historia del pueblo judío, 1966).

El relato de Keller manifiesta sin embozo su absoluta dependencia del que en su día redactara un contemporáneo de los hechos:

el jurista e historiador de Constantinopla Sócrates, luego apodado “Escolástico”.

Su Historia eclesiástica tiende a ser distante y neutral, por estar su autor seguramente cercano a alguna corriente heterodoxa.

Su imparcialidad no suele cuestionarse y su valor como fuente primaria lo corrobora la pléyade de autores que ha ido sobre sus pasos a veces demasiado servilmente.

Pues bien, es Sócrates Escolástico quien nos pone en antecedentes sobre cómo empezó aquel enésimo choque entre judíos y griegos —éstos ahora cristianos— de Alejandría.

Era sábado, pero muchos hebreos prefirieron postergar su deber piadoso de meditar los preceptos de la Ley acudiendo en su lugar a los espectáculos que se ofrecían en la ciudad.

Orestes, flamante prefecto, aprovechaba en ese momento la concurrencia del teatro para dar publicidad a una serie de ordenanzas que acababa de promulgar.

Entonces, ante la presencia entre la multitud de un tal Hiérax, maestro de escuela y seguidor entusiasta del obispo Cirilo,los judíos se alborotaron y empezaron a acusar sin pruebas a este Hiérax de venir únicamente a provocar una sedición.

Orestes, que ya veía con malos ojos los amagos del patriarca de consolidar su influencia invadiendo la esfera estatal, prestó oídos a las denuncias de los hebreos y ordenó prender y torturar a Hiérax allí mismo.

Enterado del caso, Cirilo convocó a los notables de los judíos para advertirles que no toleraría nuevas insidias contra los cristianos, pero esto no hizo sino envalentonar más a la plebe mosaica que multiplicó sus golpes.

El peor de todos lo descargaron una noche en la que, tras haber acordado una señal con la que reconocerse entre sí, repartieron agentes por la ciudad para que alarmaran a los cristianos con el anuncio de que su iglesia principal estaba ardiendo.

Aprovechando entonces el amparo de la oscuridad y el concurso de fieles que desde todos los barrios corrían a sofocar las pregonadas llamas, los hebreos cayeron sobre ellos causando una gran mortandad.

Las primeras luces del día revelaron el lastimero espectáculo de las calles salpicadas de cadáveres y, ante la falta de reacción del prefecto, Cirilo consintió entonces el saqueo de las propiedades de los judíos, ordenando luego su expulsión de la urbe en la que habían vivido y prosperado desde los tiempos del gran Alejandro.

Estudiosos de nuestro tiempo dudan de que se tratase de una verdadera diáspora masiva viendo exageración en este punto; en cualquier caso, el patriarca no hacía sino aplicar la pena prevista por el derecho romano vigente (Codex Theodosianus IX.10.1) ante la pasividad de un Orestes que eludía el cumplimiento de su deber.

La pérdida que para Alejandría supuso el quedar privada de un importante y productivo sector de población irritaba aún más, si cabe, al alto funcionario, que ya no quería oír hablar de arreglo alguno con el patriarca y los suyos.

Ni siquiera atendió el sincero intento de éste de buscar una reconciliación rechazando el ejemplar de los Evangelios que Cirilo le había hecho llegar como prenda de paz y entendimiento.

La situación, pues, se había vuelto tan peligrosa que varios centenares de monjes abandonaron sus cenobios del cercano desierto de Nitria y bajaron a la ciudad para ponerse a disposición del arzobispo.

Quiso el azar que se cruzaran con el vehículo del prefecto al que empezaron a tildar a gritos de “sacrificador” y “helénico”; Orestes les contradecía medroso alegando que había recibido el bautismo de manos del patriarca de Constantinopla.

Pero la tensión desatada impedía que se oyeran sus razones, hasta que un canto salió disparado del grupo de los monjes aterrizando en la imperial cabeza.

La aparatosa efusión de sangre movió a los alejandrinos a acudir en auxilio de su dignatario; dispersaron a los eremitas y detuvieron al autor del guijarrazo —un monje llamado Amonio—, al que inmediatamente condujeron a la presencia del propio Orestes.

El prefecto, cuya herida debía de ser más escandalosa que grave, interrogó primero al arrestado legalmente; pero los terribles tormentos que le infligió después dieron al traste con su vida.

Cirilo enterró a Amonio en sagrado postulando para él los honores del martirio, mas la renuencia de parte de sus diocesanos, que no creían que el monje hubiese perecido víctima del odium fideisino a resultas de su torpe acción, persuadió al obispo de olvidar su propósito.

De todas formas, la reconciliación entre el gobernador y el prelado se percibió entonces como más improbable que nunca.

El conflicto con los paganos

Los tiempos de Diocleciano, Galerio y sus atroces persecuciones debieron de parecer muy lejanos a los cristianos del Imperio tras la promulgación en 380 de la constitución Cunctos populos, que establecía como credo oficial el catolicismo niceno.

Mucho desdoro se ha vertido sobre la memoria del tío y predecesor de Cirilo, el impetuoso patriarca Teófilo, por haber ordenado demoler en 391 el Templo de Serapis o Serapeo (que, en efecto, albergaba en sus dependencias los volúmenes provenientes de la antigua Biblioteca de Alejandría, pero de la destrucción ex professo de estos libros por parte de los seguidores del arzobispo no tenemos constancia).

En esto el prelado no hacía sino aplicar en su diócesis, no dudamos que con gusto, la política religiosa de Teodosio el Grande (un edicto de este mismo emperador, fechado al año siguiente, vedará definitivamente los cultos paganos).

Tampoco debió de sentir remordimiento el día en que purificó el Mitreo alejandrino, pues treinta años atrás —según nos informa Sócrates Escolástico en Historia eclesiástica III, 2— se habían descubierto allí macabros vestigios de sacrificios humanos cuya exhumación llenó de estupor a los cristianos y soliviantó a los “helenos” (paganos) siguiéndose, como era natural en la ciudad, un sangriento tumulto.

Como recuerda la catedrática del King’s College Averil Cameron (El Bajo Imperio romano, 1993):

«En otro lugar de Oriente, en Apamea, el obispo había destruido el templo de Zeus ayudado por tropas del gobierno, en fecha tan temprana como el año 386, y Porfirio de Gaza obtuvo permiso para destruir el Marneion del mismo lugar en el año 402. Una ley dirigida al comes Orientis en el año 397 ordenaba utilizar la piedra de templos paganos destruidos para obras públicas».

Pero aunque públicamente en Alejandría las relaciones entre gentiles y miembros de la Iglesia estuvieran aderezadas con enfrentamientos no siempre exentos de violencia, en el día a día todo marchaba de forma más tolerable y parsimoniosa.

La escuela de Hipatia es todo un ejemplo.

A recibir sus enseñanzas y nutrirse de su ciencia acudían jóvenes aristócratas de toda la región e incluso de provincias lejanas; unos eran paganos, otros cristianos, pero nada impedía que entre todos ellos y su maestra nacieran fuertes vínculos de afecto y mutua solicitud tanto o más fuertes que los de la sangre.

Esto puede parecer hipérbole a quien nunca haya examinado las cartas de Sinesio de Cirene, interesante personalidad y orgulloso discípulo de la filósofa, que se convertiría más tarde al cristianismo llegando incluso a obispo de Ptolemaida (Alta Libia); lo que nunca obstó para que, en la lejanía, añorase con hondo sentimiento los días pasados con Hipatia junto a sus condiscípulos y tratase de mantener un intenso contacto con ellos aunque fuese epistolar.

Los elogios y alabanzas que dedica a su mentora son conmovedores, mas no por eso deja de tener también en alta estima a Teófilo, de quien recibió su consagración episcopal.

Ambos son objeto de la devoción del sin par Sinesio, y así se lo manifiesta a Hipatia con toda naturalidad; aunque lo que le une a ésta es algo muy profundo que le mueve a admiración e imperecedera gratitud.

Si algo tuvo de bueno su prematura muerte, fue que no llegó a conocer el sino final de su «madre, hermana, maestra, benefactora mía en todo».

Resumamos:

Teófilo, ‘martillo de paganos’, respetó el trabajo científico y filosófico de Hipatia, así como su docencia privada y pública, guardándose de molestarla o de interferir en sus labores durante los años en que estuvo a cargo de la sede alejandrina.

Y esto, se quiera o no, debió de quedar impreso en la mente de su fiel sobrino y sucesor Cirilo.

El fin de Hipatia

Las desavenencias entre Orestes y sus partidarios y Cirilo y los suyos han llegado al paroxismo y la ciudad vive dividida en la Cuaresma de 415.

Un conciliábulo de cristianos febriles cree haber identificado el obstáculo que se opone a la concordia entre las dos personalidades, y decide removerlo por su cuenta descargando en él toda la rabia.

Saben que desde su llegada Orestes visita muy frecuentemente a la filósofa y se deja asesorar por ella en las labores de gobierno, lo cual tampoco era extraño pues lo hacían todos los señores de la cosa pública atraídos por el prestigio de Hipatia como consejera versada y clarividente.

Acaudillados por un simple lector de nombre Pedro, salen decididos al encuentro de su enemiga.

El desgraciado resto ya lo sabemos.

La muerte de Hipatia sacudió la ciudad y los informes llegaron pronto a la corte de Constantinopla, que respondía vacilante y con cautela; Orestes acabó por abandonar Alejandría para siempre.

Los asesinos de la hija de Teón posiblemente habían hecho el razonamiento correcto:

la estrategia de dureza e inexorable obstinación del prefecto, al fin y al cabo un recién llegado a la capital egipcia, sólo podía deberse a los consejos de Hipatia, su visible valedora.

Como sugiere Maria Dzielska, de la Universidad Jagellónica (Hipatia de Alejandría, 1996), la filósofa pudo haber abandonado su exquisita neutralidad para aglutinar un partido en el intento de frenar el creciente predominio político del arzobispo y sus parciales.

Y no se trataría de una mera rivalidad entre cristianos y paganos, porque es casi seguro que en el partido secular militaban también cristianos como el propio Orestes.

Los antiguos condenaron el asesinato

En este sentido sí podría explicarse el ciego temor de los homicidas, pero mucho más atinado y decente que su torva medida expeditiva fue el reproche de los autores antiguos al que estos criminales se hicieron pronto acreedores: «Si hay algo enteramente ajeno a los que tienen los sentimientos de Cristo, eso son las muertes, las luchas y las cosas por el estilo» (Sócrates, Historia eclesiástica, VII, 15).

Además, el recuerdo de su hecho vil proyectó duraderas sombras sobre toda la asamblea de creyentes y sobre su santo patriarca:

«Este asunto supuso no poca ignominia para Cirilo y la Iglesia de Alejandría», sentencia Sócrates en el mismo lugar.

Verdad es que, como constatan la historia y sus fedatarios y hasta en cierta medida reconocen los biógrafos modernos de la ciudad (p. ej., Lawrence Durrell en su Cuarteto de Alejandría), los alejandrinos siempre se señalaron por su indomable afición a las bullas y las algaradas sangrientas, entregándose a facciones y disturbios con cualquier excusa que se ofreciese.

Como oportunamente refiere Sócrates y luego Hesiquio de Mileto (historiador del siglo VI), los habitantes de Alejandría reservaron también para dos de sus obispos cristianos sendas muertes muy semejantes a la que dieron a la mujer filósofa:

Jorge, sacado brutalmente de la iglesia en 361 tras los sucesos del Mitreo, luego atado a un camello, despedazado y quemados sus restos; y Proterio, cuyo cadáver acabó igualmente en el fuego en 457 tras haber sido arrastrado por las calles.

Pero esta importante matización no ha servido para que algún malintencionado escritor tardoantiguo y casi todos los modernos cejen en su afán de mancillar con el borrón de Hipatia la ejecutoria de un pastor teólogo de vida esforzada y ejemplar como fue Cirilo de Alejandría, venerado en Oriente y Occidente.

Incluso una autora ponderada y minuciosa como Dzielska revalida la misma ajada conclusión en su por otra parte estimable estudio, aunque para ello tenga que hacer una inverosímil lectura de cierta epístola de Sinesio a un Cirilo del que salta a la vista que no es nuestro personaje.

Y quien dice Cirilo como chivo expiatorio, dice también la historia cristiana, bocado suculento del anacronismo antiguo y aceptado.

Con todo, será difícil lograr, por mucho que se siga rodando, telefilmando y novelando, que al menos para las personas cultas Hipatia deje algún día de ser la matemática, astrónoma y filósofa neoplatónica que fue para encarnar el rol de mártir de la ciencia como podría hacerlo un Lavoisier («La República no tiene necesidad de sabios ni de químicos», le aclaró el presidente del tribunal revolucionario mientras despachaba su ejecución).

O el de campeona inmolada de la emancipación femenina, como una Olimpia de Gouges sucumbiendo en la guillotina de su propia Revolución, o como cualquier mujer anónima aplastada por la furia anuladora de algún monstruo.

Epílogo

Con la muerte de Hipatia no concluyó nada que no fuera su propia y fascinante vida.

Ni siquiera la escuela filosófica de Alejandría que, como muestra el profesor del alma matervalenciana Gonzalo Fernández, siguió suscitando figuras hasta su completa cristianización ya en pleno siglo VII.

Fue mucho antes del torcido hado que venció a esta intelectual que la viejas concepciones paganas habían dejado de ofrecer respuestas a los interrogantes de la gente; fue antes de su fin que el oráculo de Isaías

(«No penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?»)

y aquél otro del «Yo hago nuevas todas las cosas» empezaron a acampar en millones de corazones.

Y tampoco con esa muerte se abrieron majestuosas vías canópicas por las que marcharan triunfalmente los discípulos del Galileo exhibiendo los despojos del progreso y la razón.

En los mismos años en que arrebataron la vida a Hipatia y en la misma África por su lado occidental, densos celajes se ciernen sobre los cristianos; diócesis enteras quedando huérfanas de sus pastores que huyen abrumados del terror vándalo.

Y en Hipona, junto a Cartago, resiste entre sus feligreses un anciano Agustín que, escribiendo bajo el shock de saber la Ciudad maestra de pueblos impíamente saqueada y a una nube de Alaricos prestos a cruzar el mar, se esfuerza por convencer al mundo de que la Historia tiene sentido y es de esperanza porque, pese a los misteriosos pesares, la guía y gobierna la Providencia.

FONTE: http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=14004

quarta-feira, 23 de junho de 2010

NÃO ERAM SOMENTE UMA TURBA

O conceito fundamental para entender os assassinos de Hypatia era o conceito de Quaresma. Estudar e contextualizar a Quaresma, no tempo e espaço, explicaria o grau de misticismo, de sectarismo, de fanatismo, de alucinação, do grupo que assassinou Hypatia. O que moveu os assassinos foi a religião, isto é um fato. Mas qual religião? É fato que obedeciam a uma hierarquia, mas qual hierarquia de pessoas e de valores que permitiriam tal assombroso atentado a vida? Certamente que os valores que seguiam os assassinos não eram a verdadeira ordem e harmonia.

A Quaresma suscitou algum tipo de excitação nervosa, que deixou os assassinos impacientes em cometer desatinos? Esses loucos furiosos, acreditavam que Deus falava com eles ou com alguns deles? Até onde os “Parabolani” imaginavam, que seriam absolvidos de tal ato tenebroso? A citação das “bacantes”, como analogia aos assassinos, corresponderia a citação da mesma loucura, fanatizada, embriagada, desregrada, convulsa, imaginando tudo como inspiração divina? Já se afirmou que os “Parabolani” anteciparam os atos inquisitoriais da Idade Média. Na verdade, seria diferente: os assassinos preservaram e conservaram antigas práticas religiosas relacionadas as orgias. Mas porque tal anacronismo? Até que ponto as mentes assassinas praticavam atos convulsionários? Até onde a solidão do deserto, o confinamento,  a entrega, sem reservas, à prece, às práticas mais rigorosa da penitência, o asilo, foram motores de alucinações? Até onde o corpo foi castigado? Até onde falavam línguas ignoradas ou esquecidas? Até onde os discursos improvisados falavam de “graça”, “Igreja”, “Fim de mundo”? Até onde pensavam que liam pensamentos? Até onde prediziam? Quais os efeitos do êxtase? Até onde a “Paixão de Cristo” permitiria a tortura, a mortificação, talvez, a própria crucificação? Até onde se buscava a cura pessoal?

Nesse contexto de alucinação, até onde a filosofia de Hypatia era renegada, anteposta,  na medida em que propunha outra versão, outro ponto de vista, sobre as alucinações dos assassinos, fúria, ódio, fogueiras e assassinatos em nome de uma suposta fé? Até onde o sangue de Hypatia serviria como holocausto, sacrifício, para se chegar a um propósito supostamente milagroso? Até onde os assassinos perderam a noção de moral, de virtude, do belo e do bem, até mesmo do espaço e do tempo? Até onde tudo isso escondia a ambição, o orgulho, o desejo sexual, paixões subterrâneas, e a toda uma série de doenças mentais?

quarta-feira, 9 de junho de 2010

Ipazia di Luciano Canfora

Introdução

Ipazia, de Luciano Canfora, é uma alegria para quem gosta de História, pela lucidez do texto: nele, ficava claro a intervenção dos monges de Nitria, não como uma massa informe, mas como um grupo que tinha seus objetivos.

IL PERICOLOSO MESTIERE DEL FILOSOFO


e la storia di  Ipazia nel saggio di Luciano Canfora

Che il “mestiere” del filosofo fosse stato sempre difficile, è luogo comune:

lo stesso che ha dato al termine, nella modernità, l’accezione negativa di filosofeggiare come arzigogolo mentale, come sterile disputa teorica, come successione di inutili sofismi.

Nel saggio di Luciano Canfora (Un mestiere pericoloso – La vita quotidiana dei filosofi greci, Sellerio, 2000), inutilmente si cercherebbe il trattato organico sul difficile problema intellettuali/potere; esso rimane sullo sfondo, rinunciando, appunto, al ‘filosofeggiare’ sterile, per documentare, al contrario, alcuni casi celebri e meno dell’antichità greca:

Socrate ovvero l’infallibilità della maggioranza, la vita randagia del cavaliere Senofonte, Platone e la riforma della politica, Aristotele uno e due, il senso degli atomi di Epicuro e del suo esegeta massimo Lucrezio, e infine la storia di Ipazia, assassinata dall’intolleranza, una delle figure femminili (carenti) dell’universo filolosofico nella storia.


La parabola del destino del filosofo è inscritta comunque nella sua disorganicità rispetto alle classi dominanti:

l’esercizio critico del pensiero, in quanto tale, diventa un serio pericolo comunque per i detentori del potere politico e culturale.

Il sogno di Platone è, ad esempio, superare questa dualità tragica:

non un’utopia, dunque, ma una necessità storica che si infrange sugli scogli della mediocrità del vivere dei potenti o di coloro che si ritagliano una qualche fetta di potere, contro la cui caducità effimera si scaglia Epicuro e il "De rerum natura" di Lucrezio.

Lo stesso Aristotele, che giganteggia oggi quale emblema della potenza ermeneutica dell’Occidente speculativo, emblema conquistato trasformando la sua filosofia in una tavola della legge e sposata alle verità di fede, vede le sue opere manipolate, dimenticate e poi ricuperate, sempre sacrificate, a fatica, sull’altare dei potenti.

E infine Ipazia, neoplatonica alessandrina, figlia del matematico Teone, uccisa nel 415.

Ipazia rimase vittima di un gruppo di fanatici cristiani, che la pensavano responsabile delle difficoltà che il prefetto faceva al vescovo Cirillo.

Fu Damascio, filosofo neoplatonico (480/prima metà del sec.VI a.C.), quinto successore di Proclo nello scolarcato dell’Accademia, che per primo, nella Vita di Isidoro, incolpò Cirillo del delitto.

Degli scritti di Ipazia, nulla ci è rimasto (la Suda ci ha conservato i titoli di tre opere matematiche, anche se il suo interesse speculativo si rivolse soprattutto agli studi filosofici), ma la sua figura può essere presa a simbolo della filosofia in quanto tale.

Per cui, anche oggi che la filosofia è hegelianamente (e mestamente) solo la sua storia riflessa nel pensiero, rimane come la madre di ogni libertà:

da quella speculativa, a quella concreta della vita, che troppo spesso ci volge a piegare l’esercizio del pensiero all’opportunità contestuale e storica.

Un grande interrogativo anche per la pedagogia e le scienze della formazione:

per riecheggiare Jerome Bruner, quanta riproduzione-conservazione e produzione-autonomia nel compito educativo?


(su questi temi, vedi anche Metodo come liberazione e creatività, 1997)

F.D.

da Luciano Canfora:

Un mestiere pericoloso– La vita quotidiana dei filosofi greci, Sellerio, 2000, pp.196/203

(sono state espunte le note per comodità di lettura)

Ipazia era la figlia di Teone, matematico e filosofo, e di suo padre e del suo insegnamento era l'erede.

Le fonti che ci parlano di lei, neoplatoniche o cristiane che siano, non manifestano che ammirazione per questa donna straordinaria:

per la sua dottrina, per il suo stile di vita austero e per la sua rinomata bellezza.

Ad Alessandria era divenuta una "autorità", e come tale Oreste la frequentava per ottenerne il consiglio.

Ipazia è divenuta una figura leggendaria, ed anche un simbolo:

ma il nucleo della tradizione che la riguarda è indiscutibile.

La testimonianza di un suo allievo, che poi divenne, forse tradendo il suo insegnamento, vescovo cristiano di Tolemaide, Sinesio di Cirene, poeta e oratore, appare decisiva:

è la voce ammirata e devota di un uomo che ha compiuto una scelta ben diversa e che appare proprio perciò quanto mai degno di ascolto.

Cirillo non poteva tollerare questo cenacolo scientifico neo- platonico.

Il suo progetto di "conquista" della città gli appariva come intralciato, disturbato, da questa altra voce, da questo diverso, e vivo, centro spirituale.

Rinfocolare la lotta antipagana, creando un bersaglio polemico, serviva proprio a tal fine.

Anche in questo caso si trattava di alludere, additare il bersaglio; altri avrebbero operato:

«A ciascuno il suo! ».

Gli effetti di un così abile modo di procedere si vedono ancora dopo secoli.

L'Enciclopedia italiana, in pieno XXsecolo, si esprime così:

«Fin dal principio [Cirillo] si distinse per il suo zelo contro i novaziani e i giudei, che, causa frequente di disordini, fece cacciare in una sommossa popolare dalla città; per il che dovette sostenere a lungo l'inimicizia di Oreste, prefetto augustale.

A torto egli venne accusato di avere ordinato l'uccisione di Ipazia; ma non è improbabile che i promotori della sommossa in cui ella perì abbiano creduto di fare cosa a lui gradita».

E' all'incirca quello che Cirillo avrebbe desiderato si dicesse.

L'occulto incitamento ad agire consistette nel lasciare intendere che Ipazia, col suo prestigio presso Oreste, costituisse l'unico impedimento alla riconciliazione tra il vescovo e il prefetto.

Di lì il passo successivo era breve: eliminare quell'ostacolo.

Non mancavano certo, e Cirillo ben lo sapeva, fanatici protesi all'azione, zelanti interpreti di una volontà che non altro desiderava che essere interpretata e tradotta in pratica.


Alla porta dell'accademia dove Ipazia insegnava si affollavano scolari e curiosi, ma Ipazia, avvolta nel mantello dei filosofi - una sorta di

«divisa»

che fu già propria delle allieve dirette di Platone - attraversava impavida la città, inquietante e turbolenta, per insegnare in pubblico il pensiero dei filosofi greci:

non solo Platone, né solo Euclide o Tolomeo, ma anche ogni altra dottrina filosofica greca.

Racconta Damascio - il quale visse un secolo più tardi e fece a tempo a subire la persecuzione antifilosofica di Giustiniano - che Ipazia

«con indosso il mantello filosofico faceva le sue uscite nella città e spiegava pubblicamente, a chiunque voleva ascoltarla, Platone o Aristotele o le opere di qual siasi altro filosofo».


Fu durante una di queste sortite che la aggredirono.

In un giorno di

«Quaresima»

dell'anno 415, i monaci della Nitria, guidati da un lettore di nome Pietro, si appostarono lungo il percorso che consuetamente compiva la carrozza di Ipazia.

La assaltarono mentre faceva ritorno a casa.

«Tiratala giù dal carro - narra una fonte ecclesiastica contemporanea - la trascinarono fino alla chiesa che prendeva il nome da Cesario.

Qui la denudarono e la massacrarono a colpi di tegole, quindi la tagliarono a pezzi e ne bruciarono i miserabili resti».

Damascio aggiunge che le avevano cavato gli occhi dalle orbite mentre era ancora viva.


La scena è quella di un sacrificio umano compiuto per il dio dei Cristiani in una sua chiesa.


Il crimine - commenta Socrate Scolastico -

«recò infamia sia a Cirillo che alla chiesa di Alessandria».


Si coglie bene, grazie a queste parole, che lo storico ecclesiastico non nutre particolare simpatia per il feroce vescovo, ma non osa coinvolgerlo direttamente e personalmente come mandante.

Torneremo su questo passo.

Damascio, invece, nell'ampio resoconto che dedica ad Ipazia nella Vita di Isidoro, è esplicito sulle colpe di Cirillo:

«Cirillo si rose a tal punto nell'animo che tramò l'uccisione di lei in modo che avvenisse al più presto ».

Per Damascio non vi è dubbio che fu lui, definito

«capo della setta opposta»,

a dare l'ordine dell'assassinio.

Per il moderno critico è imbarazzante dover scegliere tra una fonte coeva ma reticente ed una fonte molto esplicita, certo molto critica, ma successiva di oltre un secolo ai fatti narrati.


È dovuto forse ad un favorevole capriccio della sorte, o piuttosto alla spregiudicata curiosità intellettuale del Patriarca Fozio, il fatto che ci sia in piccola parte conservato un terzo racconto di quella tragica vicenda.

Si tratta di un estratto dalla Storia ecclesiastica dell'ariano Filostorgio, nato circa il 368 d.C. e dunque contemporaneo dei fatti narrati (e forse addirittura testimone diretto, ad Alessandria, di quell'eccidio).

L'opera di Filostorgio, in quanto ariano, fu perseguitata, e questo favorì la sua scomparsa.

Ma Fozio, nel IX secolo, ne rintracciò un esemplare e lo fece oggetto, pur prendendone teologiche e prudenziali distanze, delle letture collettive da lui regolarmente condotte (anche dopo la assunzione del Patriarcato) coi suoi allievi:

letture di cui egli dà conto in modo alquanto caotico nella cosiddetta Biblioteca.

Fozio ebbe un così profondo interesse per Filostorgio da lasciare non solo una sintesi della Storia ecclesiastica di lui nella Biblioteca (capitolo 40), ma anche una massa enorme di estratti:

i quali si sono salvati in alcuni manoscritti, recanti tuttora l'interessante intitolazione

«Dalle lezioni di Fozio»,

o meglio

«Dalla viva voce di Fozio».

Uno di questi estratti è tutto dedicato ad Ipazia.

E merito dunque di Fozio aver trascelto quel passo.

Orbene Filostorgio, il quale ebbe anche interessi scientifici, sembra che abbia ascoltato direttamente l'insegnamento di Ipazia e di Teone.

 

Colpisce infatti la precisione con cui afferma che la figlia era divenuta, in campo astronomico,

«molto più brava del padre».

Qui Fozio abbrevia la sua fonte, e riassume tutto il resto con una semplice frase:


«L'empio a questo punto dice che, al tempo del regno di Teodosio II, quella donna fu fatta a pezzi dai sostenitori della consustanzialità».

Oggi questo modo di parlare ci fa sorridere, ma ai fini della comprensione di questa storia può risultare prezioso.

Qui infatti Fozio, mentre parafrasa la sua fonte, ne riprende anche le parole più importanti.

Di sicuro è Filostorgio che deve aver scritto

«i sostenitori della consustanzialità»,

intendendo riferirsi, in tono sprezzante, agli "ortodossi" atanasiani, ormai vincitori e "padroni" incontrastati dell'ortodossia.

Come sappiamo, Atanasio, ad Alessandria, era, come ferreo assertore della

«consustanzialità»,

un personaggio simbolo:

dire perciò, in riferimento a quell'assassinio commesso appunto ad Alessandria dai seguaci di Cirillo, che lo avevano commesso i sostenitori della

«consustanzialità»

era particolarmente sferzante.

Ovvio che Fozio, se parlasse in proprio, non si esprimerebbe così, ma, appunto, sta riferendo quanto legge in Filostorgio, segnalando al più con l'epiteto

«l'empio»

la propria presa di distanze.

E' importante però che ci dia quella esatta informazione:

per Filostorgio, dunque, l'assassinio non era opera di una amorfa folla fanatica, era opera di quel clero che, ad Alessandria in modo particolare, spadroneggiava.

L'espressione

«i sostenitori della consustanzialità»

non può riferirsi a generici assassini invasati, ma colpisce la gerarchia, quella gerarchia atanasiana (e perciò da Filostorgio detestata) che ad Alessandria aveva il suo epicentro ed il suo punto di forza.

Filostorgio intende dunque denunziare non già un doloroso episodio di fanatismo, ma un crimine dei suoi avversari e persecutori.

Quanto pregnante ed intenzionale sia il suo modo di parlare si comprende raffrontando le sue parole con quelle del lessicografo Suida, il quale, narrando di Ipazia, dice che

«fu fatta a pezzi dagli Alessandrini»,

e precisa che solo secondo alcuni  l'istigatore era stato Cirillo.

Tra questi

«alcuni»

c' era Filostorgio, testimone diretto di quella vicenda.

Socrate Scolastico è più sottile.

Non dice che Cirillo istigò al delitto, dice che a lui

«venne biasimo»

a causa di quell'efferato episodio.

E spiega così:

«perché stragi, battaglie e simili sono estranee a coloro che si ispirano a Cristo».

Parole dosate e ambigue, tanto più da apprezzarsi se si considera l'autorità dottrinale, per la dommatica cattolica, di Cirillo, l'inventore della Theotòkos.

Le parole di Socrate possono in verità significare due cose: che Cirillo non seppe essere un buon pastore visto che sotto il suo governo ci fu continua violenza (e probabilmente Socrate vorrebbe dir questo), ma possono anche significare (in senso benevolo) che, visto il prodursi di tante violenze al tempo in cui Cirillo era vescovo, tutto questo non poté che riverberarsi negativamente anche su di lui (incolpevole).

Molto più esplicito il cronista antiocheno Giovanni Malala, il quale scrive al tempo di Giustiniano.

Il suo "localpatriottismo" antiocheno è forse provocato dal favo re che TeodosioII manifestò verso Alessandria:

favore documentato, secondo Giovanni, anche dalla costruzione della

«grande chiesa di Alessandria, tuttora detta di Teodosio».

Teodosio - così si esprime nella consueta semplicità il cronista -

«amava Cirillo».

E la prova della subalterità dell'imperatore (cioè della sua occhiuta tutrice, Pulcheria) verso il potente vescovo tutore dell'ortodossia è per lui la seguente:

«In quella occasione gli Alessandrini, autorizzati ad agire dal vescovo, di propria mano gettarono ad ardere nel fuoco Ipazia, la celebre filosofa della quale si tramandano grandi cose».

Sembra chiaro che Malala stabilisce un nesso - ma non chiarisce quale - tra l'affetto di Pulcheria (e Teodosio II) per Cirillo e la liquidazione di Ipazia.

La spiegazione di questo nesso la ricaviamo da Damascio:

ci fu un tentativo di inchiesta, evidentemente su iniziativa del prefetto Oreste, ma l'inchiesta fu insabbiata.

Anche in questo caso ci restano frammenti di informazione:

non solo perché anche Damascio, oltre Filostorgio, ci è noto dagli estratti che ne fecero Suida e, ancora una volta, Fozio (altrimenti la Vita di Isidoro, dove tanto si parla di Ipazia non l'avremmo affatto), ma soprattutto perché la fonte giuntaci integra, cioè il prudente Socrate Scolastico, di questa inchiesta non parla affatto, o forse la adombra ancora una volta dietro la criptica espressione che abbiamo prima ricordato.

Sono poche parole di Damascio, salvate da Suida, ad illuminarci.

Scrisse Damascio:

«Questo crimine portò vergogna alla città [è la stessa espressione di Socrate!], e l'imperatore si sarebbe indignato per l'accaduto se Edesio non si fosse lasciato corrompere».
Parole tanto ellittiche che hanno indotto taluno a pensare - ma è ipotesi oziosa - ad una lacuna.

La spiegazione possibile è solo una:

Oreste chiese un'inchiesta; Costantinopoli non poté non concederla, e mandò ad Alessandria un tale Edesio, il quale non fece nulla perché si lasciò corrompere, evidentemente da quella medesima autorità (il vescovo) che aveva avallato, e forse auspicato, l'assassinio.

A Damascio la vita andò meglio.

Quando era ormai vecchio e viveva e operava ad Atene con gli altri neo platonici, Giustiniano chiuse la scuola platonica (529 d.C.) e cacciò lui e gli altri.

Essi fuggirono in Persia presso Chosroe I, il quale era curioso di filosofia ed ottenne, per Damascio, il diritto a rientrare nel territorio dell'impero e la garanzia di liberamente professare il platonismo (531).

Questo diritto fu addirittura sancito nel trattato di pace tra Giustiniano e Chosroe.

E' degno di nota come, al crepuscolo ormai del pensiero greco, la libertà di filosofare venisse garantita ai Greci, contro il loro cristianissimo imperatore, dall'ultimo grande sovrano persiano, della dinastia dei Sassanidi.

I percorsi della libertà sono i più vari, e lo Spirito non spira dove vuole ma dove può.

Certo per Giustiniano quella fu una gran concessione se si pensa che, sotto di lui, libri e opere d'arte dei Greci venivano, per fanatica adesione al cristianesimo, bruciati e fatti a pezzi e gettati nel Cinegio

«come condannati a morte».

fonte: http://www.dubladidattica.it/ipazia.html

segunda-feira, 31 de maio de 2010

Ágora, ¿en qué contribuyó Hipatia a la ciencia?Grupo F&C es un grupo de científicos cristianos que debaten ciencia y fe

Introdução

O artigo a seguir, de Pablo de Felipe, debate se Hipatia era astrônoma ou não. Debate interessante, mas não esgotado. A desconstituição ou desconstrução de Hipatia como astrônoma é útil; mas até que ponto? Qual o limite dessa desconstrução? Por que a periodização da História das Ciências é tão importante? Será porque rompe paradigmas? 

Ágora, ¿en qué contribuyó Hipatia a la ciencia?

Ágora, ¿qué cambió en Alejandría en el 391? (I)


Decía mi profesor de cine, en el instituto, que toda película tiene un mensaje que “vender”, y que debemos tener eso siempre presente al entrar en el cine, y ser así nosotros mismos quienes decidamos si queremos o no “comprar” ese producto “ideológico”. Desde entonces, esa ha sido siempre mi actitud y, con esa disposición, fui a ver Ágora, la última película de Amenábar.

LANZAR A LA FAMA PERSONAJES SEMIDESCONOCIDOS DE HACE 1600 AÑOS


Como ya ocurriera con su película anterior, Mar adentro, Amenábar se aparta de los temas de sus primeras películas, en los que el suspense y un poco de terror, misterio e intriga eran los ingredientes fundamentales.

Si la muerte de Sanpedro en su anterior película era un alegato a favor de la eutanasia, ¿qué pretende Amenábar contando la vida y muerte de Hipatia en Ágora?:


Yo reivindico la razón, dicho lo cual mi película no quiere ser un ataque a los cristianos. En la película lo que se denuncia es a los fundamentalistas, es decir, a los terroristas de ETA, a los fundamentalistas islámicos… esa gente dispuesta a matar por una idea.”( Entrevista a Amenábar en: www.selecciones.es/article/1568).

Está claro que no ha elegido un tema “fácil”.

Eligiendo la vida de la matemática y filósofa Hipatia para ese objetivo, Amenábar tiene que introducir al público en la Alejandría de hace 1600 años.

Y eso tampoco es fácil.

La película es lo que se espera de una superproducción de tema histórico: grandiosos escenarios, escenas de acción, fastuosos vestuarios, actores famosos, etc.

Y

el resultado es creíble, permitiéndonos imaginar la antigua Alejandría en sus últimos siglos de esplendor, en la que el cristianismo es una fuerza en ascenso.

Algunos anacronismos históricos, aunque ciertos (como la indumentaria de los soldados romanos o la loba con Rómulo y Remo) no deben impedirnos disfrutar de la recreación de aquel mundo que ha sido denominado “la antigüedad tardía”.


Es posible que fuera el fin de la antigüedad, pero aun así todavía había maestros de ciencias en Alejandría. Teón (h.335-h.405) y su hija Hipatia (h.355/370-415) fueron dos de ellos.

Ambos fueron las cabezas visibles de la escuela neoplatónica de Alejandría.

Sin embargo, y a diferencia de otros neoplatónicos más interesados por la mística e incluso el ocultismo, la actividad de estos alejandrinos se centró más en la ciencia, según se deduce tanto de sus obras conservadas como de las que se han perdido y conservamos sólo sus títulos.

Pero ahí mismo empiezan los problemas deÁgora, pues ni padre ni hija fueron pensadores muy originales.

Su mayor contribución fueron re-ediciones y comentarios de obras fundamentales de las ciencias y matemáticas alejandrinas como los Elementos de Euclides (h.300a.C.) y el Almagesto de Ptolomeo (h.90-h.168).

Es más, los especialistas han observado que los esfuerzos por la simplificación y la eliminación de los aspectos más difíciles de esas obras sugieren que los alumnos de los que disponían Teón e Hipatia no eran demasiado brillantes, al menos en las ciencias.( Theon of Alexandria. Biografía disponible en la página web de la University of St. Andrews: www-history.mcs.st-and.ac.uk/history/Biographies/Theon.html (traducción española en: ciencia.astroseti.org/matematicas/articulo.php?num=3670). Hypatia of Alexandria. Idem: www-history.mcs.st-and.ac.uk/history/Biographies/Hypatia.html (traducción española en: ciencia.astroseti.org/matematicas/articulo.php?num=3515)

Y en cualquier caso, ellos tampoco aportaron nada demasiado novedoso a la ciencia; de hecho, si su nombre ha sido preservado en los libros de historia de la ciencia es por la popularidad que durante siglos gozaron sus versiones didácticas de las obras clásicas y sus comentarios.( John Thorp, In serach of Hypatia. Conferencia en la Asociación Canadiense de Filosofía (2004). Disponible en: www.acpcpa.ca/documents/Thorp.html)

Teón escribió un tratado (perdido) sobre el astrolabio y la influencia de su obra se dejó sentir durante siglos, aunque ese aparato astronómico no parece claro que sea invención suya.

Por su parte, se cree que Hipatia sí fue la inventora de un hidrómetro (para determinar la densidad relativa de los líquidos), que describe su alumno Sinesio (h.373-h.414) en una de sus cartas.

Poco más puede decirse de ellos, y generalmente no ocupan más que un pequeño espacio (si acaso) en los libros de historia de las ciencias y las matemáticas.

En cualquier caso, aunque no escribieran sobre ello, su enseñanza debió dedicarse a los muchos temas que cubría la filosofía neoplatónica, de los que la ciencia era sólo una pequeña parte.

Es más, Sinesio, el alumno más aventajado de Hipatia, señala algo que era ya entonces un lugar común en el pensamiento filosófico y que lo ha seguido siendo hasta la ciencia moderna, la astronomía como un peldaño hacia algo más elevado… la filosofía y la teología.( Sinesio de Cirene. Sobre el astrolabio. Disponible en: www.livius.org/su-sz/synesius/synesius_astrolabe_3.html)

UNA HISTORIA DE LA CIENCIA… “DE CINE”


Hasta ahí la historia real.

Pero he aquí que ahora Amenábar nos presenta a Hipatia básicamente como una científica (astrónoma) que usa las matemáticas para resolver la estructura del sistema solar al margen de la ciencia de su época.

Y, en ese empeño, aparece abandonando el sistema geocéntrico de Ptolomeo (y demás astrónomos antiguos), para seguir el heliocentrismo de Aristarco (h.310a.C.-h.230a.C.), que supera poco después descubriendo que la órbita terrestre es una elipse y no un círculo.

Y esto es lo que desde la historia de la ciencia es realmente criticable.

El heliocentrismo fue una hipótesis sin seguidores en el mundo antiguo y que no fue rescatado del olvido hasta Copérnico (1473-1543) en el siglo XVI.

Y nadie ha siquiera sospechado o sugerido nunca que Hipatia tuviera interés en ella.

Clelia Martínez, en su reciente biografía Hipatia (La esfera de los libros, Madrid, 2009), comenta lo siguiente a propósito del comentario al libro III del Almagesto, que generalmente se considera obra de Hipatia:

En definitiva, el libro III es de particular importancia, sobre todo por las reflexiones y críticas que plantea al sistema de Ptolomeo, que siguió siendo el trabajo astronómico más importante hasta el siglo XVI, cuando a partir de Copérnico la localización de la Tierra se refiere siempre al Sol y se establece cuál es la relación del movimiento de ambos cuerpos celestes. Cabe preguntarse, por lo sugerente de la coincidencia, sobre la posible influencia de las reflexiones de Hipatia en el pensamiento de Copérnico, pues el astrónomo se dedicó a estudiar a los astrónomos griegos, y en particular a Ptolomeo, en Florencia, donde precisamente se conserva, en la biblioteca de los Medici, el único ejemplar existente del libro III de la Syntaxis [nombre original del libro que los árabes llamaron después Almagesto] de Ptolomeo con los comentarios de Hipatia.” (pp. 39, 40).

Me temo que esto no pueda pasar de, como dice la autora, una coincidencia.

Esas críticas de Hipatia a Ptolomeo son detalles técnicos que nada tienen que ver con un cambio radical del centro del sistema solar.

Las críticas y, aún más, la insatisfacción con el complicado modelo planetario de Ptolomeo fueron corrientes a lo largo de la Edad Media.

Copérnico hace referencia a ello en la carta dedicatoria al papa Pablo III en su Sobre las revoluciones para explicar los motivos que le llevaron a buscar autores que expusieran algún sistema alternativo, encontrándose así con referencias a astrónomos de la antigüedad que proponían una tierra en movimiento.

Por otra parte, para el siglo XVI se contaba ya con suficientes descubrimientos geográficos como para considerar también obsoleta la Geografía de Ptolomeo, y de hecho, Copérnico menciona en su libro los recientes descubrimientos geográficos de portugueses y españoles (Sobre las revoluciones I.3. Original latino disponible en: http://la.wikisource.org/wiki/Liber:De_revolutionibus_orbium_coelestium, traducción inglesa en:http://www.webexhibits.org/calendars/year-text-Copernicus.html).

Todo esto facilitaba una mirada crítica a Ptolomeo; pero no hay nada que nos permita relacionar la obra de Copérnico con Hipatia)

En cuanto al lanzamiento de objetos desde lo alto del mástil de un barco, que demostraría el movimiento inercial apoyando así el movimiento de la tierra, lo único seguro que podemos decir es que no fue realizado por Hipatia.

No que, nuevamente, no haya evidencia, ni la más remota, sobre ello; sino porque si Hipatia no fue una astrónoma, sino más bien una matemática, aunque ayudase a su padre a comentar a Ptolomeo, todavía menos se dedicó a la física.

Y aunque lo hubiese sido, no habría recurrido a semejante experimento.

La física antigua no era experimental, sino filosófica, utilizando la lógica como herramienta.

COMENTÁRIO: SE A FÍSICA ANTIGA NÃO ERA EXPERIMENTAL, O QUE DIZER DA ALQUIMIA?

Precisamente el uso de experimentos en la física, y en la ciencia en general, fue una de las bases del nacimiento de la ciencia moderna en los siglos XVI/XVII.

Y uno de sus mayores artífices fue Galileo (1564-1642), que fue quien, precisamente, explicó el movimiento inercial que acabaría elaborándose en la primera ley de Newton (1643-1727), y lo usó para apoyar el heliocentrismo de Copérnico, y realizó experimentos para apoyar sus ideas (aunque incluso en su caso se ha discutido la amplitud de la base experimental de algunas de sus ideas).

En cualquier caso, la Hipatia de Amenábar no se queda ahí, sigue sus estudios sobre el movimiento de la tierra alrededor del Sol hasta descubrir que la tierra traza una órbita elíptica con el Sol en uno de sus focos para explicar que el sol esté más cerca en verano que en invierno.

De esta manera, la Hipatia de Amenábar descubre también la primera ley de Kepler (1571-1630).

Fonte: http://www.protestantedigital.com/new/imagenes/091129tubo3.jpg

Pero la ruptura del reinado del todopoderoso círculo como la figura curva más perfecta, no fue el resultado de un razonamiento matemático brillante sobre la observación simple de la variación de tamaño del Sol de verano a invierno (que se explicaba fácilmente con un círculo “excéntrico”, en el que la tierra no fuera el centro, o con un “epiciclo”, un círculo montado sobre otro círculo).

No, fue el resultado de ocho años de tremendos esfuerzos de cálculo y análisis, por parte de Kepler, de los minuciosos datos observacionales de su maestro, Tycho Brahe (1546-1601), en relación con las posiciones de Marte a lo largo de su órbita.

Eran éstos los datos más precisos de la astronomía pretelescópica, y Kepler batalló para ver qué curva cerrada podría explicar mejor esos datos, y la mejor aproximación fue la elipse.

Trabajo nada fácil, porque las órbitas de los planetas no son tan elípticas como en los dibujos de los libros de texto y de Ágora, ¡sino casi circulares!

En cualquier caso, el problema de Hipatia, como de los filósofos griegos en general, no era tanto la falta de datos como el exceso de prejuicios.

El credo místico-filosófico de los neoplatónicos adoraba de tal manera la perfección del círculo, que aunque alguien hubiera susurrado a sus oídos la posibilidad de la elipse, no se hubiese conseguido otra cosa que poner sus mentes matemáticas a trabajar para reducir la elipse a una combinación de círculos.

En realidad, ese fue el programa de la astronomía propuesto por Platón (428/427a.C.- 348/347a.C.), que intentó reducir el movimiento aparente “errante” de los planetas al círculo.

Y así la solución encontrada siglos antes de Hipatia se basó en el uso de excéntricas y epiciclos.

Inevitablemente, hay quien intenta justificar lo injustificable:

Y llegamos al momento clave, el descubrimiento de la forma que rige el Universo (el director juega con la idea de que Hipatia descubriera el movimiento elíptico de los planetas pero que su trágica muerte impidió reflejar por escrito para la posteridad; sin embargo ella moriría feliz. No hay certeza alguna de ello, pero de Hipatia también nos ha llegado un estudio sobre las Cónicas, por lo que ¿por qué no pudiera haber sido así?).” (Alfonso J. Población Sáez. Ágora e Hipatia. Centro virtual de divulgación de las matemáticas. Real Sociedad Matemática Española. Disponible en: divulgamat2.ehu.es/index.php?option=com_content&task=view&id=10297&Itemid=46.

Sabemos que Hipatia realizó un comentario al tratado sobre las cónicas de Apolonio de Perga (h.262a.C.-190a.C.).

Sí, pero ese libro fue leído por multitud de matemáticos y científicos durante casi dos milenios entre Apolonio y Kepler (del siglo III a.C. al XVII), sin que nadie propusiera esa idea.

El propio Apolonio explicó las órbitas planetarias en base a círculos excéntricos y a los epiciclos circulares.

Es más, Hipatia no fue la única que escribió un comentario a ese libro.

Anteriormente lo hizo también Serenus de Antinópolis (h.300-h.360) y posteriormente Eutocio de Ascalón (h.480-h.540); el comentario de este último fue divulgado por uno de los dos arquitectos de la catedral de Santa Sofía en Constantinopla, Isidoro de Mileto (siglo VI), con lo que se ve algo sobre lo que nos extenderemos más adelante, que la ciencia no se acabó con Hipatia, y que ni siquiera el interés por Apolonio y por las cónicas se extinguió después del triunfo del cristianismo en lo que llamamos la “Edad Media”.

Por imaginar, ¿Por qué no podemos atribuir a cualquiera de estos otros matemáticos lo que Amenábar quiere atribuir a Hipatia?

Esta forma de proceder lleva a la historia-ficción, que es el género al que Ágora pertenece.

Dice Amenábar que “al introducir toda una trama astronómica a través de su personaje hemos especulado sobre el alcance de los estudios de Hipatia.”(Página web oficial de Ágora: www.agoralapelicula.com.)

El problema es que el calibre de la especulación hace que Hipatia aparezca como un personaje increíble y fabuloso a quien se atribuyen en pocos años los más destacados descubrimientos en física (un campo que nunca cultivó) y astronomía realizados a lo largo de unos 100 años entre los siglos XVI y XVII: Copérnico, Galileo y Kepler.

Lástima que fuese asesinada por los cristianos; de no haber sido así, Amenábar podría haberle atribuido la relatividad de Einstein.

COMENTÁRIO: O DEBATE SE HIPATIA FOI OU NÃO ASTRÔNOMA, É VALIDO. MAS A IRONIA SOBRE AMENÁBAR É EXAGERADA E FORA DE PRUMO.

¡Por imaginación que no quede!

La disparatada visión de Hipatia (una matemática y filósofa que no realizó contribuciones significativas originales a la ciencia, dedicándose principalmente a la enseñanza, la edición y el comentario de obras de ciencia ya antiguas para su época), que nos muestra Amenábar queda clara en esta respuesta suya a una pregunta en una entrevista en la versión digital de El Mundo:


“-¿Qué hay de Hipatia en ti? Una admiradora.
-Mucho y poco. Yo puedo mirar al cielo y hacerme muchas preguntas, pero soy incapaz de encontrar respuestas. Ella, Galileo, Copérnico, Einstein, las encontraron y quería rendirles homenaje. Gracias a ellos hoy tenemos GPS. Jajaj
.”(Ha estado con nosotros... Alejandro Amenábar. Entrevista en El Mundo, 6 de Octubre de 2009, pregunta 25, Disponible en:
www.elmundo.es/encuentros/invitados/2009/10/3823.)


Pero la realidad fue por otros derroteros.

Entre Hipatia y Galileo hay algo más que 1000 años largos, hay toda una transformación intelectual en las riberas del Mediterráneo.

“[...] el concepto de leyes matemáticas exactas de la naturaleza, débilmente presente en el pensamiento griego, alcanzó un poder mucho más convincente gracias al concepto cristiano de creación. Creo, pues, que constituye un don del cristianismo al pensamiento moderno. Ahora vemos que ese don se usa contra la religión, de la que procede. Y ese asesinato del propio padre con el arma heredada de él se hace cada vez más ingenuo. Kepler fue un sincero cristiano que adoraba a Dios en el orden matemático del mundo. Galileo, y aún más Newton, que era más religioso, fueron sinceros cristianos interesados en la obra de Dios. [...] será bueno ver que el árbol del que ha salido esa nueva semilla trashumante de la ciencia, es el árbol del cristianismo; fue un como radicalismo cristiano lo que hizo que la naturaleza, entendida antes como casa de los dioses, pasara a entenderse como el reino de la ley.”( Carl F. von Weizsäcker. La importancia de la ciencia. Labor, Barcelona, 1966, p. 112.)


Autor: Pablo de Felipe es doctor en Bioquímica, investigador, escritor y profesor de Ciencia y Fe en el Seminario SEUT.

Fonte: http://www.protestantedigital.com/new/imagenes/PdFelipe.jpg

Fonte: http://www.protestantedigital.com/new/nowleernoticiaDom.php?r=305&n=15340#masarticulos

quinta-feira, 27 de maio de 2010

Hipatia no fue asesinada por ser científica ni pagana, ni por ser mujer?

Introdução

Interessante são as conclusões de Alejandro Rodríguez de la Peña, que ressaltavam muitas idéias compartidas não por poucos que enfrentam o dilema de Hypatia. Ao que parece, Alejandro sugeria que Hypatia foi morta por ser de partido cristão diferente, em morte própria da Antiguidade. Ora, esse modus operandi “próprio da Antiguidade”, antes que isentar a igreja cristã local, corroborava que Hypatia foi morta por motivos religiosos e não por outros motivos.

Hipatia no fue asesinada por ser científica ni pagana, ni por ser mujer

Hipatia, la primera mujer científica de la historia, fue el tema de la conferencia que pronunció en el Instituto Teológico Compostelano el profesor de Historia Medieval en la Universidad CEU San Pablo, Alejandro Rodríguez de la Peña, centrada en desmentir que la filósofa y maestra de la escuela neoplatónica de Alejandría fuera asesinada por las razones que divulgó el realizador Amenábar en su última película, Ágora .

-¿A qué leyenda negra se refiere?

-A que la idea de una Hipatia mártir de la ciencia es falsa, como lo es que muriera por ser pagana ni tampoco por ser mujer.

La película de Amenábar crea equívocos que nos parece que es necesario aclarar, porque la realidad histórica es que no murió por ninguna de esas razones.

-¿Por qué la mataron entonces?

-Porque estaba implicada en las luchas internas entre el obispo y el gobernador.

Y es cierto que la mataron los partidarios del obispo, pero insisto en que no fue por las razones que crearon la falsa leyenda sobre ella.

-¿Con qué finalidad?

-La idea falsa de la muerte de Hipatia nace en el contexto ilustrado del siglo XVIII, que crea una mujer idealizada, mitificada, que daría paso a la época oscurantista católica.

Pero es una visión al servicio de una corriente ideológica.

-¿No la asesinaran cruelmente?

-Eso es cierto.

Fue una muerte realmente brutal, propia de la antigüedad, y la suya no fue una excepción.

C. P.
Localidad: santiago/la voz.
Fecha de publicación: 24/5/2010

alejandro rodríguez Profesor en la Universidad CEU San Pablo.

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Fonte: http://www.lavozdegalicia.com/santiago/2010/05/25/0003_8505416.htm

 

domingo, 9 de maio de 2010

Hipatia de Amalia González Suárez

Así pues, extendiendo un tanto el arco cronológico, hemos incluido en primer lugar a Hipatia (¿? – 415), a caballo entre la época helenística y el período bizantino, ya medieval.

Amalia González Suárez es la autora de la monografía (2002).

En la introducción se sitúa a la filósofa griega, asesinada, cual Sócratres femenino redivivo, como resultado de las envidias y conflictos sociopolíticos y religiosos de la Alejandría del siglo V de nuestra era.

Tales conflictos se produjeron entre el poder civil del prefecto Orestes, amigo de Hipatia y defensor de la comunidad judía, y el poder eclesiástico de Cirilo, el mayor instigador de la muerte de la filósofa a manos de una munión de cristianos encendidos contra la representante de un paganismo racional, de raíz platónico-socrática, aunque quizás filtrada por el tamiz de la tradición neoplatónica, por aquel entonces imperante en Alejandría.

Amalia González, con talante decididamente feminista, defiende la autoridad de Hipatia frente al poder masculino de Cirilo, y nos subraya que Hipatia, además de haberse dedicado notablemente a las matemáticas y a la astronomía, destacó sobre todo como filósofa, porque, al igual que su precedente Sócrates, tenía un círculo de discípulos, a cuya cabeza estaba Sinesio, quien nos ha legado una interesante obra epistolar, de la que podemos entresacar los aspectos fundamentales de las enseñanzas y método empleado por Hipatia.

Además, Amalia González se centra en dos hechos que han contribuido a forjar la leyenda de Hipatia:

su muerte cruenta, por despedazamiento, y su virginidad, símbolos encarnados de la grandeza de esta mujer, entregada en cuerpo y alma a la ciencia y al pensamiento.

fonte:

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
ANUARIO DE ESTUDIOS MEDIEVALES (AEM), 39/1 enero-junio 2009, pp. 407-479. ISSN 0066-5061
RESEÑAS CONJUNTAS
MUJERES ESCRITORAS EN LA EDAD MEDIA:
Hipatia, Roswitha von Gandersheim, Hildegarda de Bingen, Christine de Pizan,
Violante de Bar y María de Cazalla. Madrid, Ed. del Orto, Madrid, 1998-2002 (Biblioteca de
mujeres). ISBN 84-7923-284-6; 84-7923-261-7; 84-7923-092-4; 84-7923-207-2; 84-7923-265-
X; 84-7923-173-4.